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«Los humanos para desarrollarnos necesitamos la caricia externa. Caricia no sólo entendida como el contacto de piel con piel. Caricia es una mirada, es un gesto amable, es un mensaje, es una mano en el hombro, es una sonrisa, es un feedback, es una crítica constructiva, es un signo de reconocimiento»

Claude Steiner

A 3.200 metros de altura sobre el nivel del mar no queda espacio para tratar de entender el origen de esta terrible crisis humanitaria, solo se puede pensar en cómo aliviar al caminante, que todavía debe recorrer 195 kilómetros… pueden ser 5 días o más para llegar a Bucaramanga, donde decidirá si continua a otra ciudad de Colombia o se va a otro país tan lejano como Perú, Ecuador o Chile.

Vengo de allí, vengo del drama y la tragedia, del dolor… el que produce el desarraigo, la urgencia, la confusión, la nostalgia, el dolor físico y del alma y hasta la culpa… vengo de donde las llagas en los pies no duelen tanto, como la cojera del alma.

Vengo de donde la mirada de los niños parece preguntar insistentemente: ¿qué está pasando?… niños que se durmieron una noche y al despertar, estaban en otro país, sin amiguitos, sin colegio, sin los abuelos, sin sus mascotas, sin identidad… tratando de convencer con su rostro sucio y triste que su tragedia es tan grande que merecen compasión.

El proceso interno venezolano, nos colocó frente al mayor desplazamiento humanitario de este territorio, en toda su historia, siendo la cifra muy cercana a los 4 millones de personas y con una proyección de alcanzar los más de 6 millones en los siguientes 4 años, de mantenerse las condiciones económicas y políticas en Venezuela. Este número es superado solo por desplazamientos humanitarios en Siria o Yemen, resaltando que estos países enfrentan conflictos bélicos.

A medida que la crisis venezolana se agudizo y las decisiones internas del país golpearon dramáticamente a la población, el desplazamiento tomo características de Forzoso y sus protagonistas empezaron a moverse sin ningún plan, más que el de ponerse a salvo. Es así como este primer desplazamiento con características de masivo, se produce en 2015 con el cierre fronterizo y con la expulsión de colombianos en la zona de frontera, que abarco a las familias mixtas, y se produce el desplazamiento de venezolanos, colombianos y familias mixtas. Es aquí donde empieza a ser urgente la actividad de apoyo humanitario y Derechos Humanos. Esto disminuye o se detiene un poco en los meses siguientes. Luego a finales del 2016, estalla la gran crisis migratoria que deriva en el desplazamiento forzoso de venezolanos huyendo de su país, con las características propias de una huida: sin plan, sin recursos y en total vulnerabilidad y surgen así LOS CAMINANTES, venezolanos desplazándose «a pie», caminando grandes distancias con destinos tan lejanos como inciertos.

Es en este territorio Colombiano, donde se desarrolla nuestra historia. 4°34’15.1» N 74°17′ 50.4» O, son las coordenadas geográficas de Colombia, que se transformaron en las coordenadas del encuentro, de la solidaridad y del amor. Es el primer país de impacto, el que recibe toda esta población en desplazamiento forzoso. Es en medio de estas coordenadas que surge la Fundación TEMPUS 20/20 como expresión de urgencia y solidaridad, brindando asistencia humanitaria de emergencia y aliviando el alma de estos caminantes.

Víctor Frankl, sobreviviente del holocausto Nazi, en su maravillosa obra: «El Hombre en busca de sentido», nos dice:

«Cuando no podemos cambiar la situación a la que nos enfrentamos, el reto consiste en cambiarnos a nosotros mismos».

Y claro que así ha sido, hemos sido transformados todos y en todo.

Cuando iniciamos nuestra labor, no teníamos un fin de asistencia humanitaria, sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos nos transformó, es decir cambiamos ante una situación que no podíamos cambiar, y frente a la cual solo podíamos aliviar y en algunos casos incidir para seguir generando cambios positivos.

Pero fue hace 2 años medio, que la realidad explota en mi cara de manera insistente y casi demandante, cuando al desplazarme con frecuencia por las carreteras colombianas, veía a jóvenes, a familias enteras, niños, ancianos y hasta mascotas dejando su dignidad y su valía en estas vías.

Me reafirmo en la premisa que TODOS SOMOS RESPONSABLES DE TODOS y de allí, que cuando la necesidad esta frente a nosotros, debemos asumir la responsabilidad que nos da nuestra condición humana, de hacer algo.

Es así como inicio lo que hoy dia llamamos RUTAS HUMANITARIAS, que comienzan como una iniciativa espontanea, no planificada, pero con un profundo sentido de solidaridad. De algunos panes, pase a algo más consistente y una bebida, entregada de manera rápida, estaba sola, y sin ayuda 6 horas de carretera se transforman en unas 15 horas; hasta que un buen dia el drama y la tragedia me hicieron bajar del carro y demorarme un poco más, en un abrazo, frente al llanto de una mujer que se rendía ante lo agotador de este reto… Lloramos, nos abrazamos y nos miramos… Fue la mirada de dos hermanas que compartían el mismo duelo, estábamos heridas en el mismo costado y allí en las coordenadas del amor y la solidaridad nos encontramos…  Pude entonces sanar mis heridas aun sangrantes de tener las mismas nostalgias y los mismos miedos al salir de Venezuela, pude calmar mi propio síndrome de Ulises, y desde allí me comprometí a acompañar a los caminantes y convencerlos que la vida… La vida  señores, está al otro lado del miedo.

Desde entonces salimos al encuentro de los caminantes que recién llegan por Cúcuta, los esperamos para decirles: ¡Te estábamos esperando! ¡Sabemos el peso de tu mochila emocional, pero todo va a estar bien! Aliviamos sus pies, los abrazamos mucho, los hidratamos y los abrazamos, comen, descansan, contamos chistes, y los volvemos a abrazar, les enteramos de sus derechos, y finalmente les recordamos que estamos aquí para ellos, que si algo pasa en cualquier lugar del camino, nos llamen, que allí estaremos.

También les acompañamos en la salida a Medellín (por Barrancabermeja) y a Bogotá (por San gil). Los despedimos en un abrazo que pretende convencerlos de lo que nosotros a veces dudamos… ¡Que todo va a estar bien!… y es que cómo estarlo si uno de los países más ricos en recursos de este territorio, hoy se encuentra empobrecido, con sus hijos regados por los pasillos de los vecinos y en condición de indigencia.

Desde el inicio estoy invitándolos a mirarnos, considero la mirada, uno de los gestos más nobles y auténticos, es el mayor signo de RECONOCIMIENTO DEL OTRO, desde su esencia.

Es crucial el aprendizaje que esta trágica jornada venezolana nos quiere transmitir. Más importante aún, es ser replicadores de ese aprendizaje, es el momento de invitar a nuestros jóvenes a mirar esta historia, a mirar nuestros rostros sin perder de vista lo que está escrito allí, a mirar a su alrededor, su contexto… el de ellos, el que les pertenece, del cual son protagonistas y más aún responsables, pero sobre todo a mirarse a sí mismos, sin dejar de preguntarse, ¿qué puedo aportar como generador de cambios positivos y sostenibles en el tiempo?… ¿Cómo blindar el futuro?… el mío, el de ellos, el de los que vendrán.  Como bien lo expresa Alex Rovira: «podemos victimizarnos, amargarnos, resignarnos, perpetuar el mal, o podemos darle la vuelta y transformar el sufrimiento que hemos vivido en una fuerza creativa, en evitar que esto que hemos vivido llegue a los demás. Precisar y dar la vuelta desde la reflexión profunda de cuáles son los mecanismos que podemos poner en marcha individual y colectivamente para romper la cadena del dolor, la innominia, romper la cadena del sufrimiento, o la cadena de errores… Transformación desde una elección consciente, VOLUNTARIA, espontanea, pero sobre todo responsable, que implica determinación, actitud, conocimiento, habilidad, compromiso y ÉTICA».

Es esta la esencia, el sentido que nos impulsa: Transformar el sufrimiento en amor y creatividad hacia los demás, dejando semillas de alegría y actitud positiva.

Quiero contarles la historia de una chica de 17 años, con un síndrome de Ulises muy enquistado en su alma. Se le llama Síndrome de Ulises al estado emocional que padecen los migrantes que viven situaciones extremas y que se evidencia en desarraigo, desesperanza, desconfianza, miedo y depresión. Debe su nombre al mítico Ulises, protagonista de la Odisea, quien luego de deambular 10 años, no logra dejar esa sensación de nostalgia y la añoranza por su tierra.

Un dia, la invitamos a la Fundación donde pudo encontrarse con sus compatriotas, todos heridos física y emocionalmente y luego nos acompañó en una de estas rutas humanitarias y desde allí pudo mirar su historia patria, su querencia maltratada, pero sobre todo pudo mirarse a sí misma y preguntarse qué puedo hacer yo, para cambiar ante lo que no puedo cambiar. Les comparto un pedacito de lo que ella nos escribió:

«Llega un momento en el camino de toda esta travesía que miras hacia atrás, miras hacia adelante y te miras a ti ahí, en ese punto de alguna extraña ciudad y un extraño país al que no perteneces, pero resulta que justo en ese momento sientes que no perteneces a ningún lugar, porque llega un momento en el que toda tu familia se encuentra regada por todo el mundo, o tal vez muchos sigan en Venezuela, pero simplemente no puedes siquiera llamar a saber de ellos… Empiezas una vida en la que no puedes confiar en nadie, porque no sabes que esperar, debes acostumbrarte a costumbres distintas y a pensamiento distintos, en los qué tal vez simplemente debes encajar e ir moldeándote a eso… También pasa que empiezas a negar de donde vienes, simplemente prefieres callar o decir que eres de Colombia, empiezas a sentir ese rechazo por ser venezolana, y duele… duele sentir que niegas tu patria simplemente por evadir una discusión y alguna conversación, porque a veces se siente que no hay argumentos suficientes para decir que no todos los venezolanos son iguales, que hay muchos que lo hacemos bien.

Un día viendo la fila de la gente esperando recibir un alimento, empecé a llorar, y ver gente como yo o como mi mamá o más doloroso aún como mis abuelos, me hizo estallar y sentir que esa lucha también era mía, que esas personas eran hermanos míos y que se valía conmoverse por lo que sucedía en mi país. Fue entonces cuando acepté acompañarlos en una ruta… no fue fácil, había en algunos momentos que contener las lágrimas, pero finalmente, después de haber ayudado a tanta gente, con el corazón lleno de orgullo por ver la labor de este equipo de guerreros y con la gorra de Venezuela que tenía tanto tiempo sin ponerme, justo en ese momento me sentí otra vez de alguna parte, me sentí venezolana de nuevo, deje mi pena y tome la decisión de no negar más mi patria… decidí hacerme RESPONSABLE y ser coherente con la invitación que mi mamá me hacía:… MIRA tus heridas, MIRALOS a ellos heridos Y HAZTE RESPONSABLE.

Se siente bien ser venezolana, sin miedo y sin pena, recuerda uno que Venezuela no tiene todo malo, que también hay cosas buenas y que al fin y al cabo allá es donde pertenezco. Entendí que en aquel entonces, cuando rechace de donde venía, porque no me sentía representada, muchas veces por el estigma que representaban muchos de aquellos venezolanos que emigraban y manchaban el nombre de mi país, o peor aún, aquellos venezolanos que aún están dentro terminando de destruirlo, me equivocaba, pues al fin y al cabo se trata del país en donde nací, viví y crecí, del que nunca podré dejar de sentirme orgullosa, al que siempre seguiré añorando volver algún día, del que le hablaré a mis hijos».

Esta chica de quien les hablo, es mi hija; es quien nos enseñó a curar los pies de los caminantes. Antes de ella, no nos atrevíamos a tocar sus pies heridos, nos parecía que podíamos molestarlos, incomodarlos. Pero en esta misma ruta, que ella narra, mientras yo atendía a otros caminantes, al voltear y mirarla, estaba inclinada ante los pies sucios, desgarrados y malolientes de dos jóvenes, tan jóvenes como ella, tan heridos en la patria como ella… ¿Se dan cuenta por qué es importante MIRARNOS? ¿Por qué hoy los invito a MIRAR?

No vine a hablarles de cifras, de siglas del ámbito humanitario, de políticas públicas, de presupuestos. Eso lo consiguen en cualquier lugar de las redes… Vine a contarles lo que hemos encontrado en la mirada de nuestros caminantes y lo que esto nos ha enseñado, vine a motivarlos y sensibilizarlos, desde las miradas… esas miradas.

Tenemos varios años, en esta labor, en esta decisión de las rutas humanitarias. Hoy ya forman parte de las metodologías que ejecutamos desde la Fundación. Somos un equipo multidisciplinario, con edades que van desde la frescura, creatividad e innovación de los jóvenes, hasta la empatía, experticia y compromiso de los más experimentados. Hoy ya recibimos solicitudes para acompañarnos en las rutas, desde todas partes del mundo. Nos enorgullece que la mayoría de las solicitudes son de jóvenes, que luego de mirar la vida desde este cristal, ya más nunca pueden mirar como antes.

En este tiempo hemos desarrollo la capacidad para, desde el carro, e incluso con algo de velocidad, poder con tan sólo una mirada identificar quien realmente nos necesita.

Les cuento: un dia en el Páramo de Berlín, concentradas en la carretera para no perder de vista a los caminantes, veo un chico muy joven, lo acompañaban dos más, no parecía ser un grupo con necesidades urgentes, quizás algo de alimento e hidratación, sin embargo mire a uno de ellos y sentí una necesidad urgente de atenderlo, justo cuando nos detenemos y nos acercamos a hacerlo, este chico se desmaya por unos breves minutos, estaba hipotérmico; corrimos con urgencia lo metimos en el carro pusimos la calefacción al máximo, empezamos a frotarlo con vigor, a arroparlo, darle dulce y a hablarle mucho: «¿de dónde eres? ¿cuántos días tienes caminando? ¿a quien dejaste en Venezuela? ¿hacia dónde vas?…» Él no respondía, no levantaba la cara, no nos miraba. Quisimos romper el hielo con un par de chistes, estrategia muy conocida por nosotros los venezolanos y que por lo general nunca falla, pero aun así, nunca respondió, se mantuvo con su cara metida entre el pecho… Finalmente con la ternura y suavidad de una mamá le pregunto: ¿Cómo te llamas? Y fue en ese instante mágico que levanto su rostro, fijo sus ojos en los míos, sonrió con la dulzura de un hijo y me dijo «JESUS» Fue la mirada lo que nos permitió reconocernos mutuamente. Eso para alguien creyente como yo, fue un momento místico que me ratifico en la misión y me confirmo en el sentido de vida. Pero estoy segura que para alguien no creyente, aquella mirada le habría hecho creer más allá de lo religioso, porque se trató de humanidad y espiritualidad pura, derramada en aquel carro en aquel páramo.

Y es así como ya no podemos parar en lo que hacemos. Estamos muy cansados, estamos muy solos en el esfuerzo, pero nos ampara la esperanza… porque los que hemos crecido en el espíritu, estamos irremediablemente condenados a la esperanza… maravillosa condena que nos compromete y nos responsabiliza.

Por eso, queridos amigos les insisto… vamos a mirarnos, necesitamos de su mirada solidaria, necesitamos ayuda, necesitamos sus oraciones, su energía, su buena actitud, su consideración… necesitamos encontrarnos con sus ojos, como con aquel chico y que cuando preguntemos ¿cómo te llamas? ¿de dónde vienes? ¿quién eres?… podamos escuchar: vengo de la solidaridad y soy parte de esta historia… SOY RESPONSABLE DE TI.

Finalizo con las palabras de Alex Rovira:

«Trata a un ser humano como es, y seguirá siendo lo que es, pero trátalo como puede llegar a ser, porque confías en él, porque cooperas con él y se convertirá en lo que está llamado a ser».

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Adriana Parra | Conferencia | Centre for Criminology & Social Studies – University of Toronto, 19 NOV 2019

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